El Dilema de Washington


Por Fernando Arnedo

Los recientes acontecimientos de Siria y Crimea tienen un claro significado en cuanto revelan una suerte de estallido de la multipolaridad.

La unipolaridad americana ha terminado en tanto estos sucesos constituyen un claro límite a la omnipotencia de los EUA. En el caso de Siria a sus pretensiones de intervención armada, y en el caso de Crimea, una intervención rusa con anuencia popular, que ha reducido al Tío Sam al carácter de mero espectador sin el menor amago de acción. Aún al día de hoy, pasado ya algún tiempo de ambos sucesos, la impresión general es que los americanos siguen atónitos y que no han atinado más que a algunas sanciones económicas formales, que por otra parte, solo han sido parcialmente acompañadas por sus socios de la UE.

No encuentran una respuesta adecuada  a quienes se han atrevido a tomar medidas que los americanos entendían que solo EUA podía tomar.

La pobre respuesta de Washington a ambos sucesos, ha sido tardía, débil y por sobre todo, como siempre ocurre con quien pierde la iniciativa, los ha puesto a correr tras la realidad, cuando hasta ahora eran ellos los que la configuraban.

Si alguna sensación en relación a la percepción americana de estos dos hechos resulta destacable, ella es la de la sorpresa, de allí las dubitaciones y demoras de Obama y su gobierno.

Ahondando un poco, resulta insólito ver que quienes disponen del mayor aparato de inteligencia de la historia resulten sorprendidos por hechos que su descomunal estructura informativa no ha podido prever.

Cabría entonces preguntarse ¿Cómo fueron sorprendidos?. En el fondo, creo, la respuesta no es tan complicada. Desde hace más de veinte años, en función de su capacidad financiero-militar, los EEUU han hecho en este mundo lo que han querido, sin que nada ni nadie pudiera oponérseles con posibilidades de éxito. De este modo las usinas de pensamiento americanas  han desarrollado una única línea de pensamiento que ha configurado una doctrina imperial fundada en la imposibilidad de oposición a los designios de Washington. Sin duda existe en los EEUU una crítica a tal doctrina, pero no otra doctrina.

A partir de la implosión de la URSS y de la ineptitud de los posteriores gobiernos rusos, Rusia se transformó en una potencia de tercer orden con severísimos problemas internos, condición que fue asumida por la Inteligencia Americana en su más estricta realidad.

Luego de los tiempos más tumultuosos, Rusia fue mirada como la solución económica a los problemas energéticos de la UE y un interesante mercado de 145 millones de personas para el capitalismo global.

Y así fue, hasta el encumbramiento de Vladimir Putin, un nacionalista a la rusa, que silenciosamente comenzó a trabajar para que Rusia volviera a detentar un lugar destacadísimo en el consenso de las naciones. Restableció la paz interior, repuso el poder del Estado sobre las poderosas empresas derivadas de las privatizaciones post soviéticas, restableció la autoestima del pueblo ruso recuperando sus tradiciones más sentidas, reorganizó las fuerzas armadas devolviéndoles el potencial perdido y generó dos alianzas que resultarían claves en su proyección internacional: el BRICS y la Organización de Cooperación de Shangai.

A mediados de 2.013 el Presidente ruso entendió que había llegado el momento de exponer al mundo la nueva musculatura adquirida y se lanzó decididamente a evitar la intervención militar occidental en Siria y a recuperar la península de Crimea, sede de su poderosa flota del Mar Negro.

El resultado de tales operaciones es conocido por todos.

En el período previo (1990 -2.013)  los americanos centraron la atención en sus guerras “antiterroristas” con olor a petróleo (Kwait-Irán-Afganistán-Libia) y sus amenazas a Irán y Palestinos.

Durante el período imperial de la hegemonía absoluta los EEUU no desarrollaron una doctrina que les permita, en un mundo multipolar, constituirse en un “primus inter pares”. Probablemente la vigencia de la “PatrioticAct”, desalentó a más de uno ante el riesgo de ser acusado de traidor o colaboracionista, lo cierto es que todas las estructuras gubernamentales, al igual que todos los factores de poder, fundan sus políticas en las concepciones” neocons” desarrolladas a partir de Reagan y Bush (p) cuando desaparecida la URSS la unipolaridad se impuso en el mundo.

Los “thinktanks” americanos no han producido doctrina alguna que reemplace la actual, y ésta ya no se condice con la realidad. Por eso es que Obama no encuentra respuestas precisas y efectivas a las exigencias  de la situación actual. Algunas muestras de esta desubicación están a la vista, las conversaciones filtradas entre la vocera del Departamento de Estado, Victoria Nuland, y el embajador americano en Ucrania, Geoffrey Pyatt, con pormenorizadas indicaciones para la oposición al Gobierno Ucraniano encabezado por Yanukovich; la impropia visita del Director de la CIA, John O. Brennan, a Kiev, son gestos de omnipotencia que el mundo ya no digiere fácilmente.

Lo cierto es que sobre el escritorio de Obama solo están las carpetas originadas en la extrema derecha (tea Party-Complejo Militar industrial-Petrofinanzas) o las que provee el equipo presidencial que sobrelleva el día a día de la administración Obama. El Presidente sabe que si cede ante los primeros transformaría el planeta en una ordalía nuclear, pero no tiene a la mano ninguna política de mediano alcance capaz de enfrentar la coyuntura con éxito.

Sin pretender teorizar al respecto, todos sabemos, al menos los que hemos tenido alguna responsabilidad gubernamental, que sin el previo establecimiento de una doctrina, entendiendo por tal al conjunto de ideas, objetivos y métodos que orientará la determinación de políticas a llevar adelante por la gestión, no es posible dotar de coherencia a la administración y la rapidez en respuestas y propuestas se constituye en un ítem de cumplimiento imposible.

Es en este guadal donde se les trancó el carro a Obama y el “establishment” americano, y difícilmente puedan salir de él sino modifican su percepción de la realidad, elaborando, paralelamente, una doctrina que les permita interactuar inteligente y eficazmente con este nuevo estado de cosas.

Si esto no ocurriera corremos serios riesgos, no hay nada más peligroso que un poderoso que se siente atacado porque ha dejado de tener al destino entre sus manos.

Ciertamente la historia marcha hacia adelante y si la primera potencia militar del mundo no alcanza a comprenderlo,  la seguridad de todos pende de un hilo.

El pasado, por grandioso que fuere, es el pasado pero no el presente.

Esperemos que Washington lo entienda.

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