De dilemas y paradigmas


Por Fernando Arnedo

Dilema: Disyuntiva, duda, alternativa.

Paradigma: Teoría cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y suministra  la base y modelo para resolver problemas y avanzar.

Desde siempre, según nos hace ver la historia, la evolución de la humanidad, y por ende, de los pueblos que la integran ha recorrido un camino en el que la única constante ha sido  la permanente formulación de dilemas a los que el destino o un cierto determinismo histórico los/nos sometían.

Precisamente la evolución y la historia son eso: la cadena de resoluciones tomadas por los hombres ante los dilemas que el destino les formulaba. Esta evolución no debe entenderse lineal porque frente a esta cadena de dilemas y resoluciones hubo pueblos que acertaron y pueblos que erraron.

Quienes tuvieron la capacidad de advertir tales dilemas y resolverlos adecuadamente tomaron ventaja sobre los demás, evolucionando más rápidamente al generar nuevos sistemas filosófico-socio-político-económicos más adecuados al paradigma surgido a partir de la resolución tomada.

Quienes conseguían resolver el dilema y sistematizar ajustadamente su resolución hacían naturalmente tributario al resto, fundamentalmente porque esos otros pueblos les reconocían el talento de haber acertado en la solución.

Esto no transformaba a los integrantes de ese pueblo (el que resolvía el dilema) en superhombres, pero sí los colocaba como miembros de una organización social digna de respeto, admiración, que conllevaba el deseo, en muchos casos, de parecerse a ellos o ser como ellos.

Durante muchos años estos dilemas tuvieron ciertas limitaciones geográficas (el mundo maya ignoraba la existencia del mundo hindú y por ende también sus dilemas), pero a partir del descubrimiento de América estos dilemas se fueron universalizando cada vez más hasta llegar al tercer milenio en el que resultan absolutamente globales y totalizadores.

Los grandes dilemas jamás fueron muchos, siempre se redujeron a uno por vez, aunque hubiera más de una manera de presentarlo, y siempre tuvieron, en el transcurso de los siglos, la particularidad de incidir crecientemente en el quehacer diario de las gentes y pueblos que habitan nuestro planeta, naturalmente a distintas velocidades, hasta llegar al día de hoy, en el que la instantaneidad tecnológica hace cierto el dicho popular, “cuando estornuda Nueva Delhi, París se declara  resfriada”.

También durante muchos años estos dilemas han tratado de ser ocultados al gran público, de forma tal que su resolución fuera adoptada en círculos restringidos. La razón es simple, cada nueva solución inevitablemente genera un nuevo paradigma que como todos los paradigmas genera un nuevo sistema, que su vez redistribuye los roles de ganadores y perdedores. Aquellos que de alguna manera se apropian de la titularidad de la nueva “solución/paradigma” cuentan de esta forma con un elemento de poder disciplinador en tanto ponen a hacer cola a su puerta, tanto a eventuales ganadores como a eventuales perdedores.

Esta última afirmación es fácilmente constatable: Busque un profesional de la Ciencias Económicas y pídale que sintéticamente le explique en que consistieron los acuerdos de Bretton Woods. Le anticipo la respuesta: una suma de vaguedades y balbuceos ininteligibles catalizados por un especial apuro en irse. La verdad es que en esos acuerdos se pactó el funcionamiento de la economía de todos nosotros y, naturalmente, como la gran mayoría del mundo, no fuimos consultados, pasando de esta forma, de ser sujetos de la economía a ser objetos de ella. Pero parte del éxito pretendido estriba en que “solo esté al tanto” una selecta minoría de incondicionales.

Un hombre culto es en rigor un hombre que conoce el sistema de ideas  de su época, tiene la capacidad de reconocer el  dilema de su tiempo, cuenta con los ojos de la cultura que le es propia para analizarlo, y a la luz de los valores que esta le procura lo resuelve e inmediatamente opta activamente por la solución elegida, porque sabe que nada ni nadie escapa a las consecuencias de la forma en que se resuelva tal dilema.

Pero volvamos al fondo de nuestra cuestión central ¿Cuál es el dilema de los principios del Tercer Milenio?

Todo indica que se trata de una única cuestión que tiene distinta forma de expresarse, ya sea que apuntemos  a cuestiones internas de los estados soberanos o que centremos la atención en las relaciones entre tales estados soberanos.

Comencemos por el principio: Resulta claro que en el universo de las cuestiones internas de las naciones el dilema de nuestra época está conformado por la resignificación de las relaciones estado/mercado.

El Estado ordenando el mercado, o el mercado ordenando al estado.

Cualquiera que haya prestado mínima atención a la cuestión puede conocer con precisión el resultado que han tenido los experimentos desarrollados por los hombres en pos de eliminar o minimizar al mercado o al estado. Ninguna de ambas opciones han favorecido al hombre, uno lo ha insectificado, el otro lo ha idiotizado en una locura consumista que le impide ver más allá de sus narices y le ha generado una dependencia del dinero que lo esclaviza y embrutece.

A la fecha todos hemos, al menos en estas latitudes, tomado debida nota de virtudes y defectos tanto del “estado” como del “mercado”. El dilema que nos convoca consiste en determinar quién prima sobre quién y en qué medida. Suele caerse en un reduccionismo infantil al pretender caracterizar el dilema actual en torno a la “corrupción”. Curiosamente, cuando se habla de corrupción se tiende a corporizarlo en funcionarios estatales, estos serían los supuestos” corruptos”, ocultando maliciosamente mencionar a la otra parte necesaria :“el corruptor”, habitualmente una empresa privada, sin cuya activo aporte el hecho de corrupción no existiría.

El mercado capitalista está regido por el principio del “mayor lucro posible” y toda otra consideración, fuere del carácter que fuera se supedita a este principio. El que apele ante esta realidad al patriotismo, al bien común, a la moral o a la caridad cristiana se equivoca, en este terreno el metro con que se miden los actos de los hombres es el del “mayor lucro posible” y en él constituye falta grave haber tenido una utilidad del 110% cuando era posible obtener el 117%.

Podrá aducirse en su favor que estas reglas han hecho evolucionar al mundo en los últimos doscientos años más que en los millones de años previos, pero nadie nos contará jamás el costo humano, social y ecológico de estos doscientos años.

Se nos dirá que la ciencia y la tecnología son hijas del mercado capitalista, lo cual es cierto, pero también lo son las bombas atómicas, los drones y sus efectos colaterales, las armas bacteriológicas, las experiencias de medicamentos realizadas sobre pueblos indefensos y la sumisión de los pueblos a través de la economía.

Lo cierto es que la hegemonía ilimitada del “mercado” ha conducido a injusticias y abusos que algo o alguien debiera limitar.

Muchas y variadas han sido las definiciones del Estado, no es nuestra intención abundar sobre cuál de ellas es la más adecuada, entendamos simplemente que es la estructura gubernamental con que cuentan las naciones para ejecutar las aspiraciones y deseos del pueblo que lo ha conformado encuadrándolo a tal fín en un determinado marco jurídico.

Quienes corporizan y ejercen el poder en nombre de tal estado son elegidos por un pueblo, al que representan con diversa periodicidad, a excepción de quienes administran justicia, los que gozan del privilegio de los antiguos brujos, solo son removidos por indignidad manifiesta, y en algún caso ni aún así.

El mercado a su vez está constituído por el conjunto de ofertas y demandas de bienes y servicios en el marco de sociedades en donde todos sus miembros son a la vez productores y consumidores, aunque no en pié de igualdad. Merece señalarse que una pequeña parte de tal mercado está conformada por los propietarios de las empresas productoras de bienes y servicios; siendo abrumadoramente mayoritario el segmento integrado por hombres y mujeres no propietarios de medios de producción que constituyen la fuerza laboral de dichos medios y su gran masa consumidora. Durante muchos años se ha dicho que el mercado se autoregulaba. Hoy sabemos que no es así. Que hay determinados monopolios o empresas que ocupan una posición dominante de tal magnitud que los transforman  en verdaderos administradores del mercado. No es cierto que los “golpes de mercado”, las “corridas cambiarias” o la “fuga de divisas” sean hechos espontáneos. Estos hechos jamás son producidos por un mercado de millones de personas, sino por aquellos pocos que lo administran, pero que tienen la capacidad de dominar por el miedo a la mayoría.

Quienes detentan este poder sobre el mercado no son elegidos popularmente, su liderazgo está fundado en el dinero que poseen o al que representan.

Las mayores multinacionales son hoy más poderosas que la mayoría de los estados, y donde no es así han conseguido penetrar de tal forma al estado que mediante un sofisticado sistema de lobbys e intereses entrecruzados consiguen que éste finalmente adopte las políticas que les son necesarias a su afán de lucro.

Solo un pequeño grupo de naciones ha advertido este proceso y su estado se ha dispuesto a la definida defensa de los intereses populares o al menos mayoritarios, planteando claramente este desequilibrio y proponiendo medidas correctivas al respecto. A esta altura de las circunstancias resultaría absurdo desarrollar un sistema alternativo al del capitalismo global, a nadie se le ocurriría sovietizar la economía mundial. Muy por el contrario se trata de limitar el poder omnímodo que el actual sistema les ha otorgado a sus actores centrales: los sectores financieros globales. No se trata de eliminar sino de corregir. La riqueza producida en base a recursos naturales y humanos de cientos de países no puede ni debe jugarse en la ruleta de los paraísos fiscales con el mismo destino final igual al de de todos los casinos: gana la banca.

Resulta claro que en este sentido los estados deben constituirse en salvaguarda del producido a partir de sus recursos naturales y humanos. Pero no es tan fácil, poco les costaría a las grandes multinacionales empobrecer y condicionar a aquellos países que intenten este camino, la única vía posible es a través de un bloque de naciones lo suficientemente importante y homogéneo como para torcer el brazo de los centros concentrados del poder mundial.

Si tomáramos la segunda mirada: relaciones entre estados soberanos, no hay ninguna duda que la disyuntiva de hoy es: unipolaridad o multipolaridad.

Durante los años 1920/30/40 el dilema universal se centraba en la oposición de “totalitarismo o democracia”, una vez dirimido en la Segunda Guerra Mundial el nuevo dilema se constituyó en derredor de la oposición “democracia liberal o democracia socialista”. Este último perduró hasta la implosión del bloque soviético en 1989. En aquel momento pareció que la democracia liberal, la economía de mercado a ultranza y el financierismo global se enseñoreaban en el mundo entero dando lugar a imprudentes proclamas como aquella de  “el fin de la historia”.

Lo cierto es que el mundo ha vivido sus últimos veinticinco años encuadrado en la unipolaridad estadounidense. En este marco se han desarrollado una serie de ataques militares contra aquellos que poseían los bienes que el Imperio ambicionaba o que no aceptaban a pie juntillas las órdenes imperiales. Para justificar tales ataques no se ha vacilado en mentir  al mundo entero (armas químicas y nucleares de Saddam Hussein), y  cuando esto no era suficiente, simplemente  desconocer el dictamen de los foros internacionales aceptados por todos (desconocimiento de lo resuelto por la ONU ante la invasión a Irak).

En el último cuarto de siglo se han desarrollado acciones bélicas manifiestas por parte de las Fuerzas Armadas americanas en Panamá 1989 –  el Golfo Pérsico  1991 – Somalía 1993/4 – Haití 1994 –  Bosnia-Herzegovina 1995 –Irak-Sudán-Afganistán 1998 – Yugoslavia 1999 – Irak 2003 – Libia 2011; a lo que deben agregarse acciones encubiertas en Venezuela 2002 –Georgia 2003 – Ucrania 2004/14 – Bolivia 2008/12 –Honduras 2009 – Ecuador 2010 – Paraguay 2012 –Egipto – Siria  2012- Ucrania 2013.-

Resulta importante agregar a este resumen dos elementos de especial relieve: a) la información expuesta tanto por Julian Assange como por Edward Snowden quienes revelaron el grado de espionaje al que son sometidos tanto amigos como enemigos de los EEUU, y b)  la sanción de la PATRIOTIC ACT en 2001 y ratificada en 2006 que significó un retroceso inimaginable para todo el pueblo americano en el terreno de los derechos humanos y las libertades civiles.

Los viejos principios Jeffersonianos de derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad fueron sepultados en el Capitolio

Inevitablemente tanto abuso y desconsideración fueron generando reacciones de distinto origen y fundamento que paulatinamente fueron conformando masa crítica para una posición distinta a la unipolaridad americana. En esos veinticinco años buena parte de Sudamérica adoptó políticas de mayor autonomía; Brasil, China y la India se constituyeron en potencias económicas mundiales, Rusia  reordenó la implosión soviética y volvió a ser un referente ineludible de la política mundial, amén de transformarse en el gran proveedor de energía para la UE, y en conjunto supieron conformar dos alianzas claves para nuestro tiempo: el BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái.  En septiembre de 2.013 llega el momento de actuar. EEUU quiere intervenir militarmente en Siria; Rusia consigue aislarlo diplomáticamente tanto en la ONU como en el G 20 y promete apoyo militar a los sirios. Luego de 25 años de omnipotencia armada los americanos retroceden en  sus pretensiones. Poco después (verano de 2.014) y a raíz de la intervención europeo americana en Ucrania, Rusia a través de un referéndum y sin disparar un tiro recupera la península de Crimea, sede de una de sus flotas de mar. El mundo ha dejado de depender de la simple voluntad de Washington. Pero estos hechos son solo la formulación del nuevo dilema: “unipolaridad o multipolaridad”. Habrá que esperar a que el mundo entero se expida sobre si prefiere que resuelva exclusivamente Washington o que, por el contrario,  los destinos del mundo sean fruto de consensos mucho más amplios en los que participen, al menos, la mayoría de las naciones.

Suena raro, pero así de simples son las cosas. Las dos caras de nuestro dilema están a la vista: o seguimos como hasta ahora sometidos a la dictadura del mercado o sometemos a sus actores centrales a reglas de origen democrático ejercidas por estados comprometidos con las grandes mayorías. O conseguimos que la multipolaridad prime sobre la unipolaridad norteamericana, o los atropellos armados, las matanzas y la ley de la selva mantendrán su actual vigencia.

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